Uno de los argumentos más recurrentes para Last Database subrayar la debilidad actual de nuestras democracias es el avance de la llamada «crisis de representación». La queja por la crisis de representación apunta, más o menos vagamente, a Last Database una (siempre) creciente distancia entre «la gente» y «los políticos» o, diciéndolo con algo más de precisión Last Database conceptual, entre «representados» y «representantes.
Siempre me ha llamado la atención la recurrencia inconsciente Last Database de este lamento a lo largo de toda la historia de la democracia representativa. Básicamente, porque la representación jamás ha dejado de estar en crisis, pero todas las épocas han interpretado ese fenómeno como algo que les es propio, como algo coyuntural. Se trata, pues, Last Database de un malestar permanente que, sin embargo, siempre adopta una cualidad epocal: tenemos la impresión de que la distancia entre representantes y representados nunca deja de aumentar respecto de un pasado en el Last Database que ese hiato era menor, en que la representación no había entrado aún en crisis.
No obstante, es imposible encontrar un solo periodo Last Database histórico en el que el desarrollo de la democracia representativa no haya tenido como telón de fondo el llanto por la crisis de la representación, aunque se utilizaran diversos lenguajes Last Database para señalarla. Lo que añoramos es algo que no ha existido jamás: nuestro lamento tiene una naturaleza esencialmente melancólica.El lamento por la crisis de representación tiene un aroma tecnocrático y voluntarista al mismo tiempo, Last Databasecomo si la representación fuera una máquina averiada que pudiera ser arreglada de alguna manera. La sugerencia de fondo es que si los políticos «se acercaran» más o estuvieran «más conectados» con el día a día de los ciudadanos,